Un artículo de Daniel Barreña (Blog Jugant per la vida). Cada temporada me pasa lo mismo. Observar de forma directa como crece una tendencia es algo muy enriquecedor, aunque no la compartas. Además, cada vez observo más deportes además de baloncesto y observo lo mismo. Más pronunciado en deportes colectivos que individuales también es cierto. Puede que porqué la influencia o los momentos de intervención directa son más limitados en las competiciones. En entrenamientos la diferencia es menor. Me refiero a entrenadores que transmiten estar más preocupados por su imagen que por otros aspectos.
No vamos a engañarnos ahora. Nuestra sociedad valora la imagen por encima de otras muchas cosas. Lo podemos compartir o no, incluso podemos llegar a despreciarlo si de esa forma alguno o alguna se va a sentir mejor (no lo recomiendo) pero es un hecho. Un hecho importante y que incluso forma parte de más de una profesión.
¿Pero de qué imagen estamos hablando? Por lo general de la imagen visual, la parte que nos aporta la comunicación no verbal. No sólo la forma de vestir, también los gestos, la postura corporal que acompañan y que refuerzan o contradicen el mensaje verbal. También está la parte verbal. Esos mensajes grandilocuentes que por lo general no son escuchados hasta el final junto con esas explosiones comunicativas que no aportan ningún beneficio a los receptores directores. En una mezcla de estos dos aspectos es donde cada vez más entrenadores se están perdiendo.
Se pierden por el simple hecho de que olvidan su rol. Están desarrollando el papel de entrenador pero no están desenvolviendo el que debe ser su principal objetivo: trabajar para su jugador o sus jugadores. En su lugar lo que hacen es, como se suele decir, actuar para la grada.
Está claro que, como personas que somos, los entrenadores tenemos derecho a perseguir nuestros objetivos, deseos, sueños,… Otra cosa es cómo lo hagamos ya que para según qué propósito tengamos nos puede ser más útil “caerle en gracia” a la grada que a los jugadores con los que trabajamos conjuntamente. Pienso que actuar de esta forma es básicamente traicionar a nuestra profesión.
Esto lo observo cada vez más. Entrenadores más preocupados de lo que transmiten a las personas que estamos fuera del ámbito de juego que a los que la protagonizan. Y crece temporada tras temporada. Entiendo que muchos piensan que esa es la receta mágica que les ayudará a cambiar de club, conseguir dirigir un equipo que ellos consideren mejor, etc. ¿Y después?
Después lo que pasa es que te has centrado tanto en aspectos que no forman parte de entrenar que cuando tienes que hacerlo de verdad no sabes que hacer, sigues con tu forma de proceder pero la grada ya no te acompaña. Ya no eres gracioso, has pasado de moda. Todo por no tener claro que es lo importante de ser entrenador.
Y eso es algo muy fácil de decir pero no de hacer: ser referente en modelos y hábitos. Actuar como modelo de comportamiento en cada situación, generar hábitos de aprendizaje y tenerlos para uno mismo, buscar ser la mejor versión de ti mismo para poder transmitir el máximo y poder acompañar en la evolución y mejora como deportistas y personas de esos jugadores que estarán a tu cargo. Ser responsable de tu formación y consciente de que nunca estará completa para poder favorecer la formación de otros.
Por suerte también, cada vez son más los que empiezan a valorar estos aspectos. Así nos encontramos ante dos especies de entrenadores. Cada uno decide qué clase de entrenador quiere ser.